EN EL CORAZÓN DEL MAR (IV)
"La historia real que el escritor de Moby-Dick
Herman Melville no se atrevió a contar"
(Y cuando el hambre enloquece a los hombres)
Como decíamos, el objetivo de los diecisiete hombres que partieron de la isla de Henderson era llegar a la isla de Pascua. El gran inconveniente del plan que habían trazado era que para ello deberían navegar como vemos en el mapa, con rumbo este, algo que hasta ahora les había resultado poco menos que imposible, pues desde su naufragio para arribar a la isla Henderson los vientos y las corrientes les habían llevado en dirección suroeste. Para que su objetivo fuera factible, y poder realizar una distancia muy cercana a los 2000 kilómetros en un tiempo razonable con las provisiones que contaban, les eran necesarias al menos dos semanas con vientos del oeste, pero en la zona que se encontraban lo habitual es que siguieran bajo el influjo de los vientos alisios que soplaban comúnmente desde el sureste. Sin embargo, como contó Chase, aquella primera noche sopló una fuerte brisa del noroeste que los empujó directamente hacia la isla de Pascua, y disfrutaron de una apacible jornada asando peces y pájaros sobre las piedras planas que en cada ballenera junto con algo de leña habían recogido antes de la partida y así poder cocinar en las mismas.
Por entonces acabaron las aves y peces y tuvieron que volver al racionamiento de agua y pan de galleta, el viento desapareció por completo y un sol abrasador volvía a caer sobre ellos sin piedad durante el día. Joy, el segundo oficial, con grandes problemas estomacales era quien peor se encontraba y su aspecto no presagiaba nada bueno tras aquellos once días en que habían dejado la isla Henderson y a duras penas se habían aproximado unas 600 millas al continente suramericano. Al día siguiente pidió ser trasladado a la ballenera del capitán, sabía que no le quedaba mucho de vida y no quería morir entre extraños, quería morir entre su gente de Nantucket, pero a los dos días finalmente su sentido del deber para con su tripulación le hizo demandar que le retornaran a su bote, y a las 16 horas de aquél mismo día y con veintisiete años, falleció. Aunque todos sabían que el segundo oficial llevaba ya tiempo enfermo, su muerte fue un mazazo para aquellos hombres que ya se encontraban en tan precaria situación, muy especialmente para los hombres de su ballenera, y Pollard envió entonces a su propio arponero de veintiún años, Obed Hendricks, para que se pusiera al frente de la misma. Cuando este finalmente se hizo cargo del bote de Joy hizo un lamentable descubrimiento, debido a su pésimo estado, este no había atendido el correcto racionamiento de las provisiones y calculó que a lo sumo no habría ya comida para más de tres días.
A los cincuenta días de su naufragio en el Essex el viento llegó cada vez con más fuerza del noroeste y por la noche se encontraron envueltos en una nueva y violenta tormenta. Pero esta vez los hombres sentían más júbilo que miedo mientras cabalgaban en sus balleneras raudos las olas cual jinetes en un rodeo, como comentó el grumete Nickerson, comenzaban a temer más al hambre que a las tormentas y nadie allí hubiera cambiado la terrible tormenta por un viento en contra más moderado y aún menos por la ausencia de él en la dirección correcta. Habían acordado el rumbo que seguirían en caso de separarse puesto que la visibilidad era prácticamente nula, y aunque Chase iba en todo momento pendiente de no perder de vista los otros botes, entorno a las once de la noche ya no los vio más.
Cuando amaneció todos en su bote buscaron en todas las direcciones sin éxito y aunque de nada servía lamentarse aquél nuevo giro a su situación de verse separados de sus compañeros aún les descorazonó un poco más, diecinueve días después de su partida de la isla de Henderson estaban solos y como el propio Chase contó habían perdido el ánimo que sentían al ver los rostros de los demás y que era tan necesario para ellos en medio de sus grandes apuros mentales y físicos. Repasando las provisiones y debido a su riguroso control del racionamiento, aún tenían mucho pan de galleta, pero calculó que no les quedarían menos de 1200 millas hasta las islas Juan Fernandez, así que tomó la drástica decisión de reducir todavía más la ración diaria si querían tener alguna posibilidad de sobrevivir de no ser rescatados por un barco antes de llegar a tierra. Hasta entonces tomando unos ochenta gramos de pan de galleta al día habían consumido la mitad, y eso ya suponía un quince por ciento de lo que necesitaba una persona diariamente. Con todo, explicó a sus hombres el motivo de su decisión y redujo la ración a la mitad, a sabiendas de que en breve tiempo tendrían apariencia de esqueletos.
Y como es natural, la situación en los botes de Pollard y Hendricks que aún permanecían juntos después de la tormenta, era igualmente desesperada. Aquél 14 de enero en la ballenera de Hendricks agotaron toda la comida y sus cinco tripulantes se encontraban ante la encrucijada de que el capitán Pollard compartiera sus provisiones con ellos, lo que para él sin duda supondría un tremendo dilema, ya que tal medida implicaba que en pocos días más todos no tendrían nada que llevarse a la boca, pero ¿cómo negarse?
Es difícil poder explicar en palabras la espantosa situación en que se comenzaron a encontrar en esos días posteriores los náufragos del Essex, con muchos días sin brisas alguna navegando a la deriva, bajo un sol abrasador ante el que como único recurso sólo les quedaba refugiarse bajo la lona de las velas y atormentados por un hambre cada vez más atroz que por momentos parecía no tener nunca límite en el aumento de su intensidad. La noche del 18 de enero, como posteriormente contó Chase fue un momento de desesperación en medio de sus sufrimientos, después de dos meses de padecimientos ahora se veían asaltados y aterrados por todo tipo de pensamientos negativos ante lo que parecía una muerte inevitable y cruel, según sus propias palabras "El miedo y la aprensión llenaban por completo nuestro pensamiento y todo en él era oscuro, lúgubre y confuso". El 19 de enero volvieron a encontrarse ya sin fuerzas aterrorizados en medio de un nuevo temporal antes de que el viento volviera a empujarlos con este-noreste, y el 20 de enero, a dos meses exactos de su naufragio y a mil millas del archipiélago de las Juan fernández, Richard Peterson que llevaba varios días ya entre delirios agonizante, finalmente murió y fue sepultado en el mar.
Y ese mismo 20 de enero, ocho días después de perder de vista a Chase y su bote, los hombres de Pollard y Hendriks ya estaban terminando sus últimas provisiones, cuando igualmente falleció Lawson Thomas, uno de los hombres de color que iban en la ballenera de este último, y con apenas quinientos gramos del pan de galleta restante para diez hombres, surgió la inevitable cuestión que ya rondaba desde días en sus cabezas, comerse al muerto en vez de arrojarlo al mar. Y se me antoja que la decisión final para aquellos hombres torturados por el hambre en grado extremo no fue excesivamente difícil de tomar, aunque quizá si fuera más complicado decidir quien descuartizaba al que hasta entonces había sido su compañero de viaje y fatigas, una cosa es ponerse de acuerdo en que si hay que comerse al muerto, y otra quien se pone "manos a la obra".
En ese sentido es ilustrativo el caso del mercante británico Nottingham Galley que en 1710 naufragó en la isla de Boon, en Nueva Inglaterra, donde la tripulación se encontró aislada, sin provisiones y sin posibilidad de recibir ayuda, y al morir uno de los hombres a las tres semanas, el resto de los compañeros del desdichado, aún después de intensas reflexiones y discusiones y que el propio capitán se negara en principio "a tan atroz y repugnante solución", acabaron llegaron a la misma decisión que los infortunados náufragos del Essex. Pero los marinos del Nottingham Galley se vieron incapaces de empezar la ingrata tarea de hacer pedazos el cuerpo de su compañero ¡y suplicaron a su capitán que la realizara él! Así que ante sus incesantes ruegos y súplicas, según contó posteriormente el capitán, y como solía ser habitual en estos casos, despojó al cadaver de manos, pies, piel y cabeza, arrojándolos al mar, sacó posteriormente el corazón, el hígado, los riñones, y finalmente cortó la carne de la espina dorsal, las costillas y la pelvis, y llegando la noche concluyó "la doble faena" (la del trabajo y en la que le metió su tripulación).
El canibalismo como opción de supervivencia es un hecho que ha acompañado a la especie humana a lo largo de toda su historia desde tiempos muy remotos, y muy particularmente a los hombres que han surcado mares y océanos dadas las particulares características de estos viajes, llegando en estos casos a ser una opción mucho más frecuente de lo que en un primer momento se pudiera pensar, aunque como es fácil de suponer, los supervivientes lo procuraban ocultar. Se puede igualmente suponer incluso sin mucho riesgo de equivocación (aunque curiosamente nunca lo he visto tan siquiera insinuado), que muchos de los supuestos casos contados en esas épocas del aún inexplorado mundo, en que los supervivientes relataban que sus malogrados compañeros habían sucumbido devorados "por tribus caníbales", realmente hubieran sido devorados por sus propios compañeros de viaje. Con todo ello son muchos igualmente los casos que se sabe a ciencia cierta de naufragios en los que sus tripulaciones recurrieron a la práctica del canibalismo (como en el citado caso del Nottingham Galley), aunque para no hacer este relato ya aún mucho más largo, será un tema el del canibalismo como opción de supervivencia y sus diversas variantes, que veremos en otra entrada con la debida profundidad.
A LA QUINTA Y ÚLTIMA PARTE: EN EL CORAZÓN DEL MAR (V)
"La historia real que el escritor de Moby-Dick Herman Melville no se atrevió a contar" (E incluso aún estando vivos, comer, o no comer a nuestros compañeros, o ser comidos por ellos... ¡He ahí la cuestión!)
Saludos.
A LA PRIMERA PARTE: EN EL CORAZÓN DEL MAR (I), "La historia real que el escritor de Moby-Dick Herman Melville no se atrevió a contar"
A LA SEGUNDA PARTE: EN EL CORAZÓN DEL MAR (II), "La historia real que el escritor de Moby-Dick Herman Melville no se atrevió a contar" (y un liderazgo mal entendido)
A LA TERCERA PARTE: EN EL CORAZÓN DEL MAR (III), "La historia real que el escritor de Moby-Dick Herman Melville no se atrevió a contar" (En la isla)
- La novela Robinson Crusoe está basada en dos naufragios, uno de ellos es la del marinero escocés Alexander Selkirk, que fue rescatado en 1709 tras pasar 4 años en esta isla desierta, que hoy lleva su nombre en honor al libro. Sin embargo, la novela de Daniel Defoe, en su primera edición de 1719, si bien usa experiencias de Selkirk, está ambientada en una isla ubicada cerca de la desembocadura del caudaloso río Orinoco, como en la experiencia también conocida por Defoe del náufrago español Pedro Serrano que naufragó en el Caribe.
Bibliografía:
En el corazón del mar - Nathaniel Philbrick (Seix Barral Colección: Biblioteca Formentor)
Wikipedia
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