domingo, 18 de septiembre de 2016

ACS Parte III: LA VOLUNTAD DE VIVIR

A.C.S.

(ACTITUD CORRECTA de SUPERVIVENCIA)
Parte III: LA VOLUNTAD DE VIVIR


Sobrevivir en un territorio alejado de la civilización requiere de una preparación psicológica que va más allá de saber hacer fuego o poner trampas para cazar.
 Desmenuzando el concepto de la Actitud Correcta de Supervivencia vimos en la segunda parte una de las dos patas fundamentales, la flexibilidad, y dejamos para esta tercera parte la voluntad de vivir. Hay que tener claro no obstante que ambas cualidades van entrelazadas y son inseparables, ninguna es más importante que la otra y las dos interaccionan en la A.C.S. para sacarnos adelante cuando luchamos por sobrevivir.
 
 Si preguntáramos a alguien antes de emprender una aventura a un lugar inhóspito, si está seguro de querer vivir, de tener voluntad para vivir, nos dirá que si le estamos tomando el pelo o que si estamos locos. Pero la realidad nos enseña que cuando las situaciones empiezan a ir realmente cuesta abajo es más fácil perder esa voluntad de vivir de lo que en un principio se podría pensar. Cuando se trata de la motivación para vivir dos de los peligros más graves para la supervivencia son el deseo de comodidad y una actitud pasiva. Se debe reconocer que estos peligros representan actitudes que siguen pautas de menor resistencia, que anulan el esfuerzo o el deseo de enfrentarse al estrés y que consiguen que la principal preocupación sea esa situación concreta, en lugar del problema general de supervivencia.
 
 Para superar el primer peligro, el deseo de comodidad, se necesita cambiar el ideal de “bienestar”. Y la clave del cambio es totalmente obvia: comparar la incomodidad actual con la que se tendrá si no corregimos esta situación. La incomodidad que se sufre al comienzo es un problema temporal y si nos quedamos en ella con toda probabilidad continuará indefinidamente e irá aumentando de intensidad. Conocer el grado de incomodidad que se es capaz de soportar y comprender ese deseo de bienestar nos ayudarán a continuar. Siempre tenemos que tener presente que la comodidad no es en absoluto esencial y que esta es un factor subjetivo en gran medida. No cabe duda que, para el hombre moderno y aburguesado del “primer mundo”, el bienestar es un modelo muy alejado de lo que sería una situación de supervivencia imprevista en la que peligrara su vida, al no tener a mano abundantemente los elementos básicos para la vida a los que está acostumbrado en su vida cotidiana. 
Para evitar el segundo peligro, la actitud pasiva, se debe conocer que es lo que la provoca. Algunos estados físicos contribuyen a fomentar la actitud pasiva, como el agotamiento provocado por una prolongada exposición al frío, la deshidratación, la fatiga, la debilidad por la falta de alimentación, y las enfermedades. Estos estados se deben combatir con planificaciones adecuadas y con decisiones sensatas. La falta de voluntad de sobrevivir puede también dar como resultado una actitud pasiva. El letargo, el entumecimiento mental y la indiferencia van surgiendo sin que nos demos cuenta, pero de repente tomarán posesión de nosotros y nos dejarán absolutamente indefensos. 
Son tristemente conocidos varios casos de aventureros que nos pueden servir de ejemplo para ver como se puede desembocar en un resultado fatal si no se atajan a tiempo este tipo de actitudes opuestas a la A.C.S. Entre los más célebres tenemos los de Ed Wardle, Chris McCandless, y Carl McCunn, especialmente los dos últimos que acabaron con el resultado de la muerte de ambos. 

 Ed Wardle, director de reportajes de aventura de Channel 4 y colaborador de National Geographic, cuando se propuso cumplir con un reto aventurero para su propio programa en Channel 4 'Alone in the wild': pasar tres meses luchando contra la naturaleza en el difícil terreno del Yukon, en el extremo noroeste de Canadá y territorio integrante del majestuoso conjunto que conforman las Montañas Rocosas. 
Pues bien, la convicción duró siete semanas. Y es que pasado ese tiempo, 50 días, Wardle era encontrado en mitad de los bosques en estado de inanición para ser recogido en helicóptero y trasladado a la ya añorada civilización. 
Es interesante la declaración del director de Media Watch, John Beyer, ha asegurado al rotativo 'Daily Mail' que para "enviar a gente a este tipo de expedición, ellos deben estar realmente seguros de que estén a la altura y tienen las habilidades necesarias para sobrevivir". 

Ed Wardle durante sus "correrías..."

 Christopher Johnson McCandless fue un estadounidense que murió de inanición cerca del Parque Nacional Denali, después de vivir en solitario en medio de la tundra de Alaska, con escasa comida y equipo, por casi 4 meses. 
El 6 de septiembre de 1992, dos excursionistas y un grupo de los cazadores de alces encontró esta nota en la puerta del autobús: 
“S.O.S., necesito su ayuda. Estoy herido, cerca de morir, y demasiado débil para hacer una caminata. Estoy completamente solo, no es ningún chiste. En el nombre de Dios, por favor permanezcan aquí para salvarme. Estoy recolectando bayas cerca de aquí y volveré esta tarde. Gracias, Chris McCandless. Agosto” 
Era el 12 de agosto, día que escribió lo que se asume fueron sus palabras finales en su diario. Arrancó la página final del libro de memorias de Louis L’Amour, “Educación de un hombre errante”. En el otro lado de la página, Chris agregó, “he tenido una vida feliz y doy gracias al Señor. Adiós, bendiciones a todos”. 
Su cuerpo se encontró en su saco de dormir dentro del autobús, con apenas 30 kilos de peso. Llevaba muerto más de dos semanas. Su causa oficial de muerte fue inanición.
 
 El periodista, escritor y montañero estadounidense Jon Krakauer hizo de McCandless una figura heroica para muchos. En 2002, el autobús abandonado donde McCandless acampó se volvió un destino turístico. La película Into the Wild, (traducida al español como Hacia rutas salvajes) basada en el libro de Jon Krakauer, fue lanzada en septiembre de 2007 con aclamación de la crítica, entre ellos Roger Ebert. 
 
 Aunque Krakauer y sus lectores tienen una visión simpatizante con McCandless, algunos habitantes de Alaska mantienen una visión más bien negativa de McCandless y de aquellos que tiñen su vida como romántica. Debido al hecho que no tenía ningún mapa, McCandless estaba desinformado de la existencia de un vagón colgante a 400 metros donde no pudo cruzar el río Teklanika (dispositivo colgante de un cable de acero para cruzar el río usando poleas), y también de la existencia de cabañas abastecidas con suministros de emergencia 6 millas al sur del autobús, aunque estos últimos estaban destruidos y los suministros estropeados, probablemente por obra del propio McCandless, como se detalla en el documental de Lamothe.
 
 El guardabosque Peter Christian, del Alaskan Park, escribió: “Estoy continuamente expuesto a lo que yo llamo el ‘Fenómeno McCandless’. Son casi siempre hombres jóvenes los que vienen a Alaska para desafiarse a sí mismos contra un paisaje desierto, donde el acceso es difícil y las posibilidades de rescate son prácticamente inexistentes. […] Cuando usted considera lo que hizo McCandless, desde mi perspectiva, se ve rápidamente que fue simplemente tonto, trágico, y desconsiderado. Primero, empleó muy poco tiempo en el aprendizaje de cómo era realmente la vida salvaje. Llegó al Stampede Trail incluso sin un mapa del área. Si él hubiera tenido un mapa podría haber salido sin dificultades. 
Judith Kleinfeld escribió en Anchorage Daily News que “muchos habitantes de Alaska reaccionaron con rabia frente a su estupidez. Tendría que ser un completo idiota, afirman, para morirse de inanición en pleno verano a 20 millas de la carretera.” 

Christopher Johnson McCandless en un autorretrato delante del autobús en donde se le encontró muerto y que convirtió en su refugio

 En marzo de 1981, una avioneta dejó a Carl McCunn en un valle cualquiera en medio de la nada en Alaska. Cargado con 500 carretes, se disponía pasar el verano fotografiando la tundra y sus animales, totalmente sólo, hasta que lo vinieran a recoger. Sin embargo, cuando el frío llegó y el avión no aparecía, comenzó a dudar de si realmente había dejado claro que tenían que volver por él. 
 
 Los primeros meses fueron buenos. McCunn llegó cuando el invierno se estaba acabando y escribía con fascinación en su diario sobre el retorno de las aves acuáticas. Aunque reconocía que “los humanos estamos tan lejos de nuestro modo de vida moderno en un sitio como este”. 
Sin embargo, a comienzos de agosto, el tono del diario comenzó a cambiar. McCunn empezaba a mostrarse cada vez más preocupado a medida que los víveres comenzaban a escasear y las temperaturas a bajar. Mientras, el otoño llenaba el valle de tonos amarillos y ocres, y no paraba de llover. “Creo que debería haber preparado mi vuelta con más previsión. Pronto lo averiguaré. Se acaban los guisantes. Puede ser que no duren más de dos semanas. El arroz se acabó ayer”. 

 McCunn comenzó a complementar su dieta con pescado y carne de pato. “No puedo olvidarme de los cartuchos que tiré hace un par de meses. Tenía cinco cajas y cada vez que las veía me sentía tan ridículo de haber traído tantas. Así que las tiré todas… al lago… menos una docena… realmente inteligente. ¿Quién iba a pensar que las iba a necesitar para evitar morirme de hambre?” 
A mediados de agosto, McCunn comenzó a dedicar la mayor parte del tiempo a buscar comida. Sin rastro del avión, la angustia de McCunn crecía. “Por favor, no me dejéis aquí. No vine aquí para esto”. Según parece, en otra de sus estancias en la naturaleza, McCunn también había regresado más tarde de lo esperado, en esa ocasión su padre avisó a la policía, que comenzó a buscarlo. A su regreso McCunn pidió a su padre que no lo volviera hacer. Sin embargo, esta vez fueron sus amigos los que al comenzar a preocuparse pidieron a los “troopers” de Alaska (la policía del estado) que fueran a echar un vistazo para ver cómo estaba el fotógrafo. 

 Así lo hicieron. El “trooper” David Hamilton sobrevoló el campamento de McCunn. La primera vez, lo vio ondeando una bolsa roja. A la segunda pasada, lo vio saludando de manera desenfadada. Cuando pasó la tercera vez, McCunn se dio la vuelta y caminó hacia la tienda. Hamilton asumió que no pasaba nada. Sin embargo, lo que McCunn escribió en su diario era muy diferente. McCunn explicaba lo eufórico que estaba cuando avistó la avioneta. Aunque el mismo se dio cuenta que había enviado la señal equivocada al piloto. Que sus gestos se podían interpretar erróneamente. “Recuerdo haber saludado con mi mano derecha y alzar el puño moviéndolo cuando el avión pasó por segunda vez. Era un especie de hurra, como cuando tu equipo anota un tanto”. Se dio cuenta que la señal era similar a la de “todo está bien… ¡no esperes! Probablemente han pensado que era sólo un tipo raro. ¡Dios, no puedo creerlo!”.
 
 En octubre la situación comenzaba a ser crítica, McCunn tenía que espabilarse para evitar que los lobos y zorros le robaran los conejos que quedaban atrapados en sus trampas. “Ha sido un día terrible. Las manos cada día están más congeladas. Me queda sólo una ración de guisantes. Sinceramente, empiezo a preocuparme por mi propia vida. Pero no me rendiré”. Para noviembre, se le acabó la comida. Sólo le quedaban unas especias. “Me siento muy depre. Aunque no estoy acabado del todo, ando muy cerca”. También anotó que estaba considerando la opción de intentar llegar hasta Fort Yukon caminando, unos 120 kilómetros de distancia. Escribe una carta a su padre, diciéndole como revelar sus carretes. Atrapa una ardilla “pero parece sólo una broma, incluso hasta cuando te comes los huesos”. A finales de noviembre, McCunn empezaba a tener mareos. “Me siento miserable. Los últimos tres días me he despertado con escalofríos. No puedo soportarlo mucho más. No puedo evitar pensar en la bala”. Usó el poco fuel que le quedaba para avivar el fuego por última vez. “Cuando las cenizas se enfríen, me enfriaré con ellas”. “Dios del Cielo amado, por favor, perdóname, mi debilidad y mis pecados. Por favor, cuida de mi familia”. Añadió una nota separada para pedir que sus cosas le fueran devueltas a su padre. Y daba instrucciones al que lo encontrara para que se quedara con su rifle y su escopeta. Esa era su voluntad. Firmaba con su nombre y adjuntaba su carnet de conducir de Alaska. “El de la identificación soy yo, por supuesto”. Con estas palabras, acababa el diario y la vida de Carl McCunn, ocho meses y medio después de haberse bajado del avión. “Dicen que no duele” y se pegó un tiro en la cabeza.
 
 Murió con 35 años, en medio de la nada, junto a un lago sin nombre en un valle sin nombre. Según la descripción de su padre, era un joven extrovertido, de 1.80 metros de altura, unos 100 kilogramos de peso y de pelo rojizo, rubio. 
Los “troopers” de Alaska encontraron su campamento el 2 de febrero del año siguiente. Cuando cortaron el material congelado de su tienda, encontraron su cuerpo en una cama que se había hecho el mismo. Junto a él, su diario, unas 100 hojas sueltas que comenzaban en letras mayúsculas claras con el maravilloso regreso de la vida al valle y que, poco a poco, se convirtió en una cruda crónica de esperanzas pérdidas, miedo y desesperación. El juez de instrucción, después de examinar el diario y teniendo en cuenta el testimonio de sus amigos, concluyó que McCunn no acabó de concretar los detalles para su recogida. Fue un error. Como también lo fue deshacerse de los cartuchos de forma prematura, quedarse en la zona hasta tan entrado el frío o hacer señales confusas e incorrectas al avión. El juez dictaminó que su muerte había sido un suicidio. 

 Debo decir que los casos anteriormente reseñados he procurado reducir los detalles superficiales al máximo para no hacer el post aún más largo. Un post sobre cada uno de ellos puede ser un trabajo interesante para ver aún más al detalle cada caso en cuestión. Sobre estos casos he tenido debates con compañeros en otros foros porque un servidor criticaba sus modos de actuar y para muchos son “ídolos”. Sobre el último en cuestión recuerdo en particular que ya había dicho que era un suicidio antes de tan siquiera saber que un juez ya lo había hecho después de estudiar el caso. Creo que en el contexto de este trabajo pocos podrán poner objeciones a estas conclusiones sobre tan disparatada manera de obrar. La mayoría de quienes leen una reseña sobre los desafortunados hechos aquí narrados no reparan en que principalmente lo que llevó al desastre a estos aventureros fueron cuestiones psicológicas que les hicieron tomar decisiones incorrectas, en los tres casos no supieron tener una A.C.S. La conclusión es clara, si dominar las técnicas es importante, igualmente lo es trabajar la actitud, la preparación mental para sobrevivir y prevalecer en caso de que nuestra vida peligre. Roy Burns (1), gran experto en supervivencia (y que entre otras muchas cosas ha trabajado profesionalmente como tal en U.S.A.) explica que desarrollar la voluntad de sobrevivir es un proceso continuo: "Debes ensayar tu voluntad de sobrevivir y tu voluntad de vencer cada día para ser eficaz".

 Por lo tanto, es muy importante saber reconocer el comienzo de una actitud pasiva tanto en nosotros como en un compañero, tener el conocimiento para comprender lo que está ocurriendo o puede ocurrir, los primeros indicios son un aire de resignación, tranquilidad excesiva, falta de comunicación, pérdida de apetito y alejamiento del grupo. La mejor forma de enfrentarse a este tipo de actitud es contrarrestar las tensiones físicas y mentales que lo han producido. 
¿Cuales son esas tensiones físicas y mentales comunes que afectan a la capacidad de enfrentarse con una situación de supervivencia? Dolor, frío, calor, sed, hambre, fatiga, aburrimiento, soledad... En la próxima parte trabajaremos sobre ello. 
Saludos. 

(1): Roy Burns http://www.laglobalsecurity.com/index.php/leadership

continuará...

Saludos.

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